Erik el Rojo, Pionero de la Colonización.
Hacia el año 900, Gunnbjörn Krajasson, que navegaba hacia Islandia, tropezó con mal tiempo y su barco derivó en dirección al oeste. Avistó algunas islas. No se detuvo en ellas, pero al llegar a su destino dio parte del descubrimiento.
Hubo que esperar a 982 para que otro islandés, Erik el Rojo, se decidiese a reconocer esas islas, a las que se llamaba las islas de Gunnbjörn, si es que alguna vez se hablaba de ellas. Probablemente, se trataba de islotes rocosos situados a la altura de las costas de Groenlandia, cerca de Angmagssalik.
Condenado a la pena de destierro a causa de varias muertes, Erik el Rojo tuvo que abandonar Noruega en 964, en compañía de su padre, Thorwald Asvaldsson. Llegó a Islandia en un momento en que todas las tierras ya habían sido repartidas. Después de varios intentos infructuosos por instalarse y de graves querellas con sus vecinos, fue condenado por el Althing islandés a una pena de tres años de destierro por doble asesinato. Partiendo de la costa noroeste de Islandia, Erik siguió la costa este de Groenlandia, que juzgó inhospitalaria. Luego, tras haber doblado el cabo Farewell, alcanzó una región llena de fiordos, cerca de Julianehab, que le pareció más acogedora. La exploró y pasó allí el invierno. A la primavera siguiente, subió a lo largo de la costa oeste y encontró, cerca de Godthab, otro emplazamiento que podía acoger a una colonia. Dio al primer lugar el nombre de Oesterbygden, la colonia oriental, y al segundo el de Vesterbygden, la colonia occidental.
Una vez cumplida la condena, puso rumbo a Islandia, con la firme intención de regresar tan pronto como hubiera reunido los hombres, el ganado y el material indispensable para un asentamiento definitivo. Siempre se refería al lugar donde iba a establecerse llamándole Grönland, tierra verde, ya que, decía, la gente se sentiría más tentada a trasladarse a un país que tuviera un nombre atractivo. Erik el Rojo encontró fácilmente voluntarios dispuestos a compartir su aventura. Sin duda, la carencia de tierras disponibles en Islandia para los nuevos colonos facilitó la tarea.
A principios del verano de 986, veinticinco naves cargadas al máximo de capacidad abandonaron Islandia en dirección a Groenlandia. De quinientas a setecientas personas, contando a las mujeres y los niños, iban a bordo, además de material y ganado. El viaje empezó mal. Una tempestad dispersó los barcos de la flota de los emigrantes. Algunos de ellos se hundieron y otros tuvieron que dar la vuelta. Sólo catorce llegaron a su destino.
La mayor parte de los colonos se instalaron en la Oesterbygden. Erik el Rojo procedió al reparto de las tierras y construyó su propia granja en Brattahlid, al fondo de un fiordo que recibió el nombre de Eriksfjord. Otros fueron a establecerse trescientos kilómetros más al norte, en la Vesterbygden, el segundo emplazamiento descubierto por Erik durante su viaje de exploración.
La época en que los vikingos fundaron sus colonias en Islandia y Groenlandia correspondió a un período de recalentamiento ártico. Las condiciones de vida eran duras, sobre todo en Groenlandia, pero se mantenían a un nivel soportable para individuos ya acostumbrados a vivir en países fríos. Las dimensiones de los edificios descubiertos durante las excavaciones efectuadas a finales del siglo XIX y comienzos del XX demuestran que los vikingos vivían correctamente en las zonas costeras de Groenlandia donde se habían establecido.
Se dedicaron a la cría de cerdos, ovejas y poneys, pero vivían sobre todo de la pesca y la caza. La región era muy abundante en peces y había mucha caza y muy variada: aves, liebres, focas, morsas, osos polares y ballenas. Lo mismo que en Islandia, había que importar los artículos de primera necesidad como la madera, el hierro y el grano. A cambio, los vikingos exportaban aceite, cueros, pieles y sobre todo, marfil. El marfil era muy preciado en Europa.
Inspirándose en la costumbre escandinava, los colonos groenlandeses, tan celosos de su independencia como los islandeses, fundaron en Gardar, en la actualidad Igaliko, en la Oesterbygden, un thing al que acudían cada año los campesinos libres para solucionar sus problemas. No obstante, los vikingos de Groenlandia permanecieron muy unidos a los de Islandia, con los que mantenían estrechas relaciones personales y comerciales.
La población aumentó progresivamente, pero nunca alcanzó una cifra comparable a la de Islandia. En cierto momento superó los tres mil habitantes, repartidos en trescientas granjas, doscientas en la colonia de Oesterbygden y cien en la de Vesterbygden.
Groenlandia adoptó el cristianismo hacia el año 1000, poco después que Islandia, y la expansión de la nueva religión justificó la creación de un obispado en 1126.
Una Colonización Fallida.
Demasiado débil para resistir a la presión exterior, Groenlandia perdió la independencia en 1261 a favor de Noruega, que se comprometió a asegurar con la isla dos intercambios comerciales al año.
Más tarde, los colonos groenlandeses empezaron a caer poco a poco en el olvido. En 1266, un sacerdote groenlandés llamado Haldor contó en una carta a un compatriota que vivía en Noruega que, aquel mismo año, varios groenlandeses habían efectuado un viaje de exploración hacia el norte, viaje que les había conducido más allá del círculo polar ártico. Su relato permitió determinar que habían alcanzado un punto situado a 75º 46´ de latitud norte.
En 1357, tres siglos después del final de la era vikinga, los groenlandeses pagaron el diezmo de san Pedro enviando doscientos cincuenta colmillos de morsa. Después de 1367, no se vuelve a mencionar ningún barco noruego que zarpase con destino a Groenlandia.
Después de 1410, año en que un islandés volvió a su patria tras una estancia de cuatro años en Groenlandia, los colonos de este país no volvieron a dar señales de vida. Probablemente, su desaparición fue debida a la obra combinada del clima, las enfermedades y los esquimales.
Un corte de mil cuatrocientos metros en la capa glaciar, llevado a cabo en el norte de Groenlandia, permitió estudiar los cambios climáticos ocurridos durante un período de cien mil años. El trabajo se completó con estudios sobre la turba efectuados entre 1950 y 1972 en el noroeste de Groenlandia.
Los trabajos del geofísico Dansgaard sobre el corte glaciar, y los realizados sobre la turba (análisis mediante carbono 14) confirman que el período de recalentamiento de la zona ártica facilitó sin duda su colonización. Pero a partir del siglo XV, el deterioro de las condiciones climáticas y la extensión de las zonas recubiertas por los hielos agravaron unas condiciones de vida ya de por sí bastante rudas.
El testimonio de Ivar Baardson, sacerdote noruego transferido a Groenlandia, confirma que la situación ya no era la misma a mediados del siglo XIV: la ruta directa que antes seguían los vikingos para dirigirse de Snaefelness (costa oeste de Islandia) a Angsmagssalik (Groenlandia) se había vuelto impracticable, a causa del desplazamiento de los hielos hacia el sur. Una carta a la Santa Sede, fechada en 1492, evoca la pobreza en que vivía la comunidad groenlandesa, aislada del mundo exterior debido a los hielos que rodeaban la isla: "Se piensa que ése es el motivo por el que ningún barco ha logrado abordar allí en el curso de los últimos ochenta años".
Al enfriamiento de la temperatura se añadieron los estragos causados por la enfermedad, la malnutrición y los enfrentamientos con los esquimales, quienes deseaban asegurarse nuevos terrenos de caza. Según los Anales Finlandeses, los esquimales atacaron a los groenlandeses en 1379, mataron a doce de ellos y se llevaron a dos niños como prisioneros. En 1792, un tal Hans Egede desembarcó en Groenlandia. Ya no encontró a ningún descendiente de los vikingos, sino sólo esquimales, quienes contaron que los colonos escandinavos habían sido atacados por otros blancos y que ellos habían recogido a mujeres y niños blancos. Más tarde, las relaciones entre los blancos y los esquimales habían empeorado y los escandinavos se habían embarcado en dirección al sur... o al oeste.
Los groenlandeses no lograron mantener las colonias creadas por sus antepasados vikingos, pero la tenacidad de que dieron prueba durante más de quinientos años en esta isla poco hospitalaria, a pesar de la adversidad y el aislamiento, constituye una verdadera proeza.
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