Colombia no es reconocida internacionalmente por ser un país de rockeros. Ese sonido que surgiera en estados unidos y cruzara el atlántico para hacerse fuerte y célebre en el reino unido, no ha encontrado aún el eco merecido en nuestro país y quizás por eso quien vive la música desde afuera puede pensar que Colombia tiene poco que aportar al panorama mundial del rock. Sin embargo, cuando liberamos nuestra mente de prejuicios para escuchar discos como Batalla Solar sólo podemos concluir que quien piensa de tal manera está equivocado. Este disco, resultado del talento y el esfuerzo de Alfonso Agámez y su grupo de músicos, significa, además de una batalla, una verdadera victoria, y no sólo por el resultado obtenido, cuya calidad le permitió grabar con los dos cantantes de rock duro más importantes de Latinoamérica – Adrian Barilari de Rata Blanca y Elkin Ramírez de Kraken, sino por la historia que su culminación representa.
Aunque Alfonso prueba ahora en solitario es imposible separar su trabajo del realizado desde 1997 por Hijos de Caín, aquella banda que, lejos de diluirse en el recuerdo de los rockeros santandereanos, tiende a convertirse en leyenda local. Fueron años duros, no solo de trabajo sino de días grises, en un esfuerzo por vencer todos los obstáculos que representa el iniciar un movimiento rockero en una ciudad censora como Barrancabermeja, en la que era peligroso ser una figura pública. Sin embargo, de todos los tropiezos la banda pudo levantarse, aún tras la fatalidad que representa perder uno de sus músicos en manos de la violencia y la intolerancia. Sin embargo, el deshago de expresar el sentimiento de quienes han sentido este golpe de violencia y las cartas de apoyo recibidas en una escena que suele ser bastante ingrata fueron la razón para seguir adelante.
Pero, a pesar de la permanencia, el tiempo ha representado cambio; es por eso que en el 2002, año en el que pudieron cristalizarse los sueños de hijos de Caín, tan sólo dos integrantes de la formación original continuaban en el grupo. Ahora ha llegado el tiempo de emprender un proyecto propio para Alfonso y su nuevo equipo, en un esfuerzo que merece mucho más que simplemente ser escuchado. Así los sonidos de Hijos d’ Caín y de Quinto Ángel desembocan en Agámez y sus 8 temas cargados de técnica.
Las sombras parecen envolvernos con los primeros acordes, con la guitarra presagiando melodías oscuras, pero entonces, como en aquellos amaneceres en donde los nacientes rayos del alba rasgan con fuerza la noche, deshaciéndola en segundos, la luz de las seis cuerdas rompe con fuerza para desdoblar un juego melódico que ya no abandonará el resto del disco. Así comienza Batalla Solar, el tema instrumental que abre y da nombre al álbum, y en el que rápidamente, bajo la predominancia de una guitarra afilada, se despliegan diversos efectos; mostrando las influencias que le dieron origen, combinadas de tal forma que, aún logrando la unidad en la composición, es imposible catalogarlo sólo con una palabra. Mientras los contrastes evocan recuerdos en nuestra mente de músicos, los cambios evitan que al escucharlo el tema se torne monótono o predecible, y es precisamente en el último juego de opuestos donde la pausa, lejos de hacer resurgir esa fuerza melódica, la dispersa para anunciar que el amanecer ha terminado pero que el día apenas comienza.
De los siete temas restantes, otros dos son instrumentales, pero no es el caso del segundo corte, No volveré; en donde la armonía del bajo toma más protagonismo a la par de una guitarra más distensionada que se va despertando al pasar los segundos. Allí es donde entra la voz de Wilber Anaya, actual vocalista de AGÁMEZ en directo, con registros limpios y altos que contrastan con la melodía del bajo y siguiendo la estela que deja la guitarra de Alfonso. Destaca sin embargo las pinceladas de rock británico desenfadado que, como un puente, se cruzan entre las dos estrofas; y la forma en que la melodía, tras el último coro, se transforma en un solo que juega y retorna a la armonía inicial.
Cualquier duda sobre la versatilidad de la composición se disipa con la tercera pieza del disco, en donde la guitarra se hace acústica para enmarcar así el sonido del violín, en medio del lamento de una Lluvia sin fin. La calidad de este y de todos los temas que conforman el álbum, hacen posible una proyección internacional que, lejos de basarse en el empleo de una lengua extranjera, intenta llegar primero a la gente de casa, a Colombia y a Latinoamérica, quienes de alguna u otra manera hemos crecido para la música escuchando la voz de esos dos grandes guerreros del rock duro: Adrián Barilari y Elkin Ramírez. Y es precisamente la voz del argentino la que encarna tranquila el coro de nostalgia, de ausencia y de soledades que gritan un nombre, en medio de una ilusión que se diluye en llanto por quien no volverá. Un juego de arpegios y entradas melódicas de las cuerdas de arco reinterpretan el estilo característico del cantante de Rata Blanca, permitiéndole desplegar aún así la sutileza de su registro.
El legado de Hijos de Caín se hace sentir aún más con la voz de Javier D’aryo Giraldo, ex vocalista de la agrupación, quien pone su sello a Néctar de tu piel, en medio de la atmósfera creada por una percusión que redobla con el estilo personal de Javier Llamosa y los arpegios de una guitarra que se endurecen por momentos, para conjugarse más tarde con las líneas del bajo. El sólo de guitarra desafiante sobre una base musical envolvente es una muestra más de la falta de prejuicios con la que han sido compuestos los temas, algunos acercándose más que otros al heavy tradicional.
Y es precisamente cercano a estos estilos que se presenta el quinto corte, La duda, una de las canciones ganadoras del Primer Concurso Iberoamericano de Rock EMU On The Rock(2005) en Argentina, rescatada de los tiempos de Hijos de Caín, y cuya energía propia del heavy progresivo se manifiesta en la inconfundible voz de Elkin Ramírez, el Titán del rock en nuestro país. El tema, que concede un lucimiento, no sólo de la guitarra, sino también del bajo y los teclados – instrumentos interpretados actualmente en directo por Álvaro Martín y Joaquín Casadiego, permite además apreciar la voz de Elkin en un comienzo, y después por momentos, en registro grave que no es común en los temas de Kraken, mientras se pregunta por la solución ante la encrucijada, logrando con este y con otros arreglos tomar distancia del característico sonido del Titán.
Cierra tus ojos es el nombre de la sexta melodía, y segundo corte totalmente instrumental. Mientras cerramos nuestros párpados para escucharla, como probablemente fue compuesta, nos sumergimos en un ambiente que, como deteniendo las arenas del tiempo, ha dejado pasar la velocidad para encontrar esa verdadera melodía que sólo resulta de conjurar en una pieza las influencias del Jazz y los hijos del blues. Ante la ausencia de vocalista es de nuevo la guitarra del Alfonso la que entona un soliloquio, haciendo eco en los dibujos del bajo, guiado por el ritmo algunas veces y por el instinto del músico en otras.
El tercer y último tema instrumental, No morirás, representa un nuevo cambio, un nuevo contraste. Esta vez la guitarra ataca desde el comienzo retomando la fuerza y velocidad exhibidas ya en el primer tema y en donde los demás instrumentes no pueden evitar contagiarse del vértigo, acelerándose como suele hacerse en los grupos progresivos europeos de rock y metal; en medio de los riffs potentes y de una pequeña pausa antes de continuar la acelerada carrera, donde la Gibson Les Paul, aún sin ser exhibida con una amplia gama de efectos, muestra todas las posibilidades de la guitarra como instrumento tan melódico como veloz.
La voz de Barilari y Lluvia sin fin reaparecen para cerrar el disco con un tema extra, en donde las cuerdas acústicas de antes se hacen eléctricas para presenciar también el ocaso del disco, pero principalmente el comienzo de lo que puede ser para Agámez una muy brillante carrera como compositor en solitario. No son ahora los rayos del alba los que invaden desde lo alto, sino las pinceladas rojas que dibuja en el cielo el sol que se pone, rojas quizás como el color de las lágrimas que llueven cuando el amor y el dolor finalmente se juntan. Así se esconde el sol en el oriente, así callan en calma los músicos al final del disco.
Una melodía seguida de su opuesta, un cambio que sucede a un contraste, un mar de influencias que se conjugan, ya sea tomando el alma del heavy o volcándose sobre diversos estilos, pero ensamblados todos con arte y con ángel. Ese es el disco, esa la razón de que el trabajo de Agámez pueda ser considerado realmente como una propuesta, como la voz del guerrero que hace del tributo a la música una creación propia.
Creación porque el disco no puede ser descrito con un término genérico, ni encasillable en una sola tendencia; únicamente se enmarca en ese gran y diverso género madre llamado Rock. Guerrero porque la victoria que representa ese trabajo bien logrado tiene su estela en las grabaciones de Hijos de Caín desde 1999, con el primer demo Hecho en Barrancabermeja, de cuatro canciones y sonido crudo, hasta el disco de 12 temas que En medio de la Tormenta y la adversidad vio la luz en 2002; ambos logrados únicamente con el talento propio y la guía musical de los amigos.
Tal es también el caso de Batalla Solar, esa idea que surgiera del ingenio y se materializara con el gran esfuerzo de Alfonso, pero en donde ha sido valiosa la contribución de músicos como Daniel Leonetti, reconocido músico en la historia del rock argentino, realizando sus aportes en la canción Lluvia sin fin, quien al lado de de Juan Fernando Arango y sobretodo del mismo Agámez tomó parte en la producción musical; además del apoyo recibido en la interpretación de las cuatro cuerdas de los bajistas Gabriel Matute y Felipe Navia en algunos temas.
La Batalla ha sido ganada y Agámez ha salido de ella muy bien librado, cada uno de los temas nos presenta su final de improviso, no debido a un trabajo corto, sino al embrujo que quienes lo escuchamos padecemos una y otra vez hasta hacernos adictos a aquellas notas. El riesgo de tomar la iniciativa ha valido la pena y el resultado es un disco que podría inscribirse con pleno derecho en la página del rock, pero, como al final ocurre en la historia, no es la justicia sino el tiempo el que decide quién pasa y quien permanece.
ARTURIAN
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