Brindando Con La Sombra

-09 Mar 2015

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Por Elena Amatista

 

Lo inevitable es un tópico icónico en la literatura. Temáticas vitales y mortales estructuran la historia de la humanidad. El paso al más allá es un enigma desde muchas tradiciones. La vida misma es un misterio que debemos aprovechar día a día mientras esta esfera nos acoja.

 

En esta publicación bailaremos con el manto de las palabras. Les presentaré un poema titulado "Brindando con la Sombra" para luego dejarlos con el lúgubre y vehemente poema de Eduardo Carranza: "Epístola Mortal". Seguimos con "Primero está la soledad" de Dario Jaramillo Agudelo y finalizamos con "El Cuervo" de Sir Edgar Allán Poe, publicado para Ángela Mondragón en memoria de Diana Marcela deseándole fuerza de todo el equipo del Fortín del Caballero.

 

BRINDANDO CON LA SOMBRA

 

Despiadadamente te alejas en la gran ciudad

No importando los sentidos

Las acciones vacías, los momentos errantes

 

Nos volveremos a ver...
Con los cabellos canos, la frente arrugada
La mirada cansada donde los años revelan el triunfo,
de derrotar la carne por ser vana ilusión.

 

Se va desapareciendo con el pasar de los años,
y brotan cabellos blancos como frutos transparentes,
son la revelación del pálido destino de los cuerpos,
del futuro blanco en el que nos transformamos en la nada visible.
Y al final brindar con ella, la del último misterio.

 

Es normal estar solo en la gran ciudad
En el gris insensato y fantasmal donde abundan las almas marchitas,
caminando como sombras mientras se desvanecen

 

Vanagloria de la náusea que colmas las calles de corazones perdidos,
de destellos de espíritus errantes

Miradas humeantes
Fantasmas y sombras que saben quién soy,
brindan conmigo cuando ya nadie esta.

 

 

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Epístola Mortal (Eduardo Carranza)


Miro un retrato: todos están muertos:

poetas que adoró mi adolescencia.

Ojeo un álbum familiar y pasan

trajes y sombras y perfumes muertos.

Desangrados de azul yacen mis sueños.


El amigo y la novia ya no existen:

la mano de Tomás Vargas Osorio

que narraba este mundo, el otro mundo...

la sonrisa de la Prima Morena

que era como una flor que no termina

desvanecida en alma y en aroma...



Cae el Diluvio Universal del tiempo.

Como una torre se derrumba todo.

 

"Las torres que desprecio al aire fueron"...

Voy andando entre ruinas y epitafios

por una larga vía de Cipreses

que sombrean suspiros y sepulcros.

 


Aquí yace mi alma de veinte años

con su rosa de fuego entre los dedos.

Aquí están los escombros de un ensueño.

Aquí yace una tarde conocida.

Y una rosa cortada en una mano

y una mano cortada en una rosa.

 

Y una cruz de violetas me señala

la tumba de una noche delirante...

Ojeo el "Cromos" de los años treinta:

lánguidas señoritas cuyos pechos

salían del "Cantar de los Cantares",

caballeros que salen del fox-trot,

sonreídos, gardenia en el ojal

(y tú, patinadora, ¿a quién sonríes?).

Y esos rostros morenos o dorados

que amó un niño precoz perdidamente.

 

Amigos, mis amigos, mis amigos,

compañeros de viaje y no-me-olvides:

Teresa, Alicia, Margarita, Laura,

Rosario, Luz, María, Inés, Elvira...

con sus pálidas caras asomadas

en las ventanas desaparecidas...

Panero, Souvirón y Carlos Lara,

Pablo Neruda y Jorge Zalamea,

Jorge Gaitán y Cote y Julio Borda,

Mario Paredes, Mallarino, Alzate...

frente a sus copas de vino invisible

en sus asientos desaparecidos:

están aquí, no están, pero sí están:

(¡oh margarita gris de los sepulcros!)...

... "Sólo que el tiempo lo ha borrado todo

como una blanca tempestad de arena".

 

El que primero atravesó el océano

volando solo, solo con su arcángel,

y aquel en cuya frente ardía ya

el incendio maldito de Hiroshima,

los guerreros que al aire alzan el brazo

y la palabra libre como un águila

y aviones y estandartes y legiones

pasan cantando, pasan, ya van muertos:

adelante la muerte va a caballo,

en un caballo muerto.

 

 

La tierra es un redondo cementerio

y el cielo es una losa funeral.

El Nuncio, el Arzobispo, el Santo Padre

hacia su muerte caminando van:

nadie les grita: ¡detened el paso!

que ya estáis a la orilla: el precipicio

que cae sobre el Reino del Espanto

y en cada paso vais hacia el ayer

y de un momento a otro cae el cielo

hecho trizas sobre vuestras altezas...

 

 

 

Somos arrendatarios de la muerte.

(A nuestra espalda, sigilosamente

cuando estamos dormidos,

sin avisarnos se urden muchas cosas

como incendios, naufragios y batallas

y terremotos de iracundo puño...

que de repente borran de este mundo

el rostro del ahora y del ayer,

llámase amor o sangre y ojos negros...

Y nadie nos había dicho nada.

Alguien sabe el revés de los tapices,

digo, de vuestra vida,

y es el otro, el fantasma quien lo teje...


Las niñas de Primera Comunión

de cuyas manos vuela una paloma,

las blancas novias que arden en su hoguera,

días y bailes, reyes destronados

y coronas caídas en el polvo,

la manzana y el cámbulo, el turpial,

el tigre, la venada, los pescados,

el rocío, mi sombra, estas palabras:

¡todo murió mañana! ya está muerto.

 

 

El polvo es nuestra cara verdadera.

 

 

Los Presidentes y los Generales

asomados al sueño del poder

sobre un río de espadas y banderas

llevados por las manos de los muertos,

el agua, el fuego, el viento, la sortija,

los ojos que ofrecían el infinito

y eran dueños de nada, los cabellos,

las manos que soñaban...

¡"fueron sino rocío de los prados"!

La Dama Azul, las flores, las guitarras,

el vino loco, la rosa secreta,

el dinero como un perro amarillo,

la gloria en su corcel desenfrenado

y la sonrisa que ya es ceniza,

el actor y las reinas de belleza

con su cetro de polvo, el bachiller,

el cura y el doctor recién graduados

que sueñan con la mano en la mejilla:

muertos están, si que también las lágrimas:

 


Todo fue como un vino derramado

en la porosa tierra del olvido.

 


Tanto amor, tanto anhelo, tanto fuego:

dime, oh Dios mío, ¿en cuál mar van a dar?

"¿Los yunques y troqueles de mi alma trabajan

para el polvo y para el viento?".

Por el mar, por el aire, por el Llano,

por el día, en la noche, a toda hora,

vienen vivos y muertos, todos muertos

y desembocan en el corazón

donde un instante salen a las flores,

los labios delirantes y las nubes

y siguen tiempo abajo, sangre abajo:

¡somos antepasados de otros muertos!


Todo cae, se esfuma, se despide

y yo mismo me estoy diciendo adiós

y me vuelvo a mirar, me dejo solo,

abandonado en este cementerio.

Allá mi corazón está enterrado

como una hazaña luminosa y pura.

Miro en torno, los ojos entornados:

todos estamos contra el paredón:

sólo esperamos el tiro de gracia:

todos estamos muertos, muertos, muertos:

los de ayer, los de hoy, los de mañana...

sembrados ya de trigo o de palmeras,

de rosales o simplemente yerba: nadie nos llora,

nadie nos recuerda.

Sobre este poema vuela un cuervo.

Y lo escribe una mano de ceniza.




Primero está la soledad. (Darío Jaramillo Agudelo)

 

Primero está la soledad.
En las entrañas y en el centro del alma:
ésta es la esencia, el dato básico, la única certeza;
que solamente tu respiración te acompaña,
que siempre bailarás con tu sombra,
que esa tiniebla eres tú.

Tu corazón, ese fruto perplejo,
no tiene que agriarse con tu sino solitario;
déjalo esperar sin esperanza
que el amor es un regalo que algún día llega por sí solo.


Pero primero está la soledad,
y tú estás solo,
tú estás solo con tu pecado original
-contigo mismo-.
Acaso una noche, a las nueve,
aparece el amor y todo estalla y algo se ilumina dentro de ti,
y te vuelves otro, menos amargo, más dichoso;
pero no olvides, especialmente entonces,
cuando llegue el amor y te calcine,
que primero y siempre está tu soledad
y luego nada
y después, si ha de llegar, está el amor.

 

 

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El Cuervo (Edgar Allan Poe)


Una vez, en la lúgubre media noche, mientras meditaba débil y fatigado sobre el ralo y precioso volumen de una olvidada doctrina y, casi dormido, se inclinaba lentamente mi cabeza, escuché de pronto un crujido como si alguien llamase suavemente a la puerta de mi alcoba.


"Debe ser algún visitante", pensé. ¡Ah!, recuerdo con claridad que era una noche glacial del mes de diciembre y que cada tizón proyectaba en el suelo el reflejo de su agonía. Ardientemente deseé que amaneciera; y en vano me esforcé en buscar en los libros un lenitivo de mi tristeza, tristeza por mi perdida Leonora, por la preciosa y radiante joven a quien los ángeles llaman Leonora, y a la que aquí nadie volverá a llamar.


Y el sedoso, triste y vago rumor de las cortinas purpúreas me penetraba, me llenaba de terrores fantásticos, desconocidos para mí hasta ese día; de tal manera que, para calmar los latidos de mi corazón, me ponía de pie y repetía: "Debe ser algún visitante que desea entrar en mi habitación, algún visitante retrasado que solicita entrar por la puerta de mi habitación; eso es, y nada más".


En ese momento mi alma se sentía más fuerte. No vacilando, pues, más tarde dije: "Caballero, o señora, imploro su perdón; mas como estaba medio dormido, y ha llamado usted tan quedo a la puerta de mi habitación, apenas si estaba seguro de haberlo oído". Y, entonces, abrí la puerta de par en par, y ¿qué es lo que vi? ¡Las tinieblas y nada más!


Escudriñando con atención estas tinieblas, durante mucho tiempo quedé lleno de asombro, de temor, de duda, soñando con lo que ningún mortal se ha atrevido a soñar; pero el silencio no fue turbado y la movilidad no dio ningún signo; lo único que pudo escucharse fue un nombre murmurado: "¡Leonora!". Era yo el que lo murmuraba y, a su vez, el eco repitió este nombre: "¡Leonora!". Eso y nada más.


Vuelvo a mi habitación, y sintiendo toda mi alma abrasada, no tardé en oír de nuevo un golpe, un poco más fuerte que el primero. "Seguramente - me dije -, hay algo en las persianas de la ventana; veamos qué es y exploremos este misterio: es el viento, y nada más".


Entonces empujé la persiana y, con un tumultuoso batir de alas, entró majestuoso un cuervo digno de las pasadas épocas. El animal no efectuó la menor reverencia, no se paró, no vaciló un minuto; pero con el aire de un Lord o de una Lady, se colocó por encima de la puerta de mi habitación; posándose sobre un busto de Palas, precisamente encima de la puerta de mi alcoba; se posó, se instaló y nada más.


Entonces, este pájaro de ébano, por la gravedad de su continente, y por la severidad de su fisonomía, indujo a mi triste imaginación a sonreír; "Aunque tu cabeza - le dije - no tenga plumero, ni cimera, seguramente no eres un cobarde, lúgubre y viejo cuervo, viajero salido de las riberas de la noche. ¡Dime cuál es tu nombre señorial en las riberas de la Noche plutónica!". El cuervo exclamó: "¡Nunca más!".


Quedé asombrado que ave tan poco amable entendiera tan fácilmente mi lenguaje, aunque su respuesta no tuviese gran sentido ni me fuera de gran ayuda, porque debemos convenir en que nunca fue dado a un hombre ver a un ave por encima de la puerta de su habitación, un ave o un animal sobre una estatua colocada a la puerta de la alcoba, y llamándose: ¡Nunca más!


Pero el cuervo, solitariamente posado sobre el plácido busto, no pronunciaba más que esas palabras, como si en ellas difundiese su alma entera. No pronunciaba nada más, no movía una pluma, hasta que comencé a murmurar débilmente: "Otros amigos ya han volado lejos de mí; hacia la mañana, también él me abandonará como mis antiguas esperanzas". El pájaro dijo entonces: "¡Nunca más!".


Estremeciéndome al rumor de esta respuesta lanzada con tanta oportunidad, exclamé: "Sin duda lo que ha dicho constituye todo su saber, que aprendió en casa de algún infortunado, a quien la fatalidad ha perseguido ardientemente, sin darle respiro, hasta que sus canciones no tuviesen más que un solo estribillo, hasta que el De Profundis de su esperanza hubiese adoptado este melancólico estribillo: ¡Nunca, nunca, nunca más!".


Pero como el cuervo indujera a mi alma triste a sonreír de nuevo, acerqué un asiento de mullidos cojines frente al ave, el busto y la puerta; entonces, arrellanándome sobre el terciopelo, quise encadenar las ideas buscando lo que auguraba el pájaro de los antiguos tiempos, lo que este triste, feo, siniestro, flaco y agorero pájaro de los antiguos tiempos quería hacerme comprender al repetir sus ¡Nunca más!


De esta manera, soñando, haciendo conjeturas, pero sin dirigir una nueva sílaba al pájaro, cuyos ardientes ojos me quemaban ahora hasta el fondo del corazón, trataba de adivinar eso y más todavía, mientras mi cabeza reposaba sobre el terciopelo violeta que su cabeza, la de ella, no oprimirá ya, ¡ay, nunca más!


Entonces me pareció que el aire se espesaba, perfumado por invisible incensario balanceado por serafines, cuyos pasos rozaban la alfombra de la habitación. "¡Infortunado! - exclamé -, tu dios te ha enviado por sus ángeles una tregua y un respiro, para que olvides tus tristes recuerdos de Leonora, ¡Bebe! ¡Oh!, bebe esa deliciosa bebida para que olvides tus tristes recuerdos de Leonora. ¡Bebe y olvida a la Leonora perdida!". Y el cuervo dijo: "¡Nunca más!".


"¡Profeta! - dije -, ¡ser de desdicha! ¡Pájaro o demonio, pero al fin profeta! Que hayas sido enviado por el tentador, o que la tempestad te haya hecho simplemente caer, naufragar, pero aún intrépido, sobre esta tierra desierta, en esta habitación que ha sido visitada por el Horror, dime, te lo suplico, ¿existe un bálsamo para mi terrible dolor? ¿Existe el bálsamo de Judea? ¡Di, di, te lo suplico!". Y el cuervo dijo: "¡Nunca más!".


"¡Profeta! - dije -, ¡ser de desdicha! ¡Pájaro o demonio, pero al fin profeta! Por el cielo que se extiende sobre nuestras cabezas, por ese Dios que ambos adoramos, di a esta alma llena de dolor si en el lejano paraíso podrá abrazar a una santa joven, a quien los ángeles llaman Leonora. Abrazar a una preciosa y radiante joven a quien los ángeles llaman Leonora". El cuervo dijo: "¡Nunca más!".

 


"¡Que esta palabra sea la señal de nuestra separación pájaro o demonio! - grité irguiéndome -. Vuelve a la tempestad, a las riberas de la Noche plutónica; no dejes aquí una sola pluma negra como recuerdo de la falsedad que tu alma ha proferido. Deja mi soledad inviolada. Abandona ese busto colocado encima de la puerta. Retira tu pico de mi corazón y precipita tu espectro lejos de mi puerta". El cuervo dijo: "¡Nunca más!".

 


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