Parece fácil pero no lo es. Al escuchar y saber que X o Y músicos
crearán una banda, sentimos una alegría interna de la que nos
hacemos dueños sin tener por qué. Lo explico con palabras más
sencillas: el hecho de que grandes músicos se reúnan no garantiza
que lo que produzcan sea excelente.
Faltan pocos días para que Roger Waters nos muestre el lado oscuro de
la luna y hablar de Waters es hablar de Pink Floyd. El caso de Pink Floyd es
el perfecto ejemplo de cómo cuatro grandes artistas unen su ingenio y
producen obras maestras. Hasta ahí todo bien. Waters, Mason, Wright y
Barret (genio que nos dejó el año pasado), apenas sobrevivieron
juntos un trabajo –el perfecto The Piper At the Gates of Dawn-, después
Barret se desconectó del mundo y David Gilmour entró a salvar
la situación. Waters y Gilmour junto a Mason y Wright sin duda alguna
llevaron el arte sonora y visual al límite de la perfección.
Infortunadamente para nosotros los mortales Waters no pudo controlar sus emociones
y abandonó el grupo por razones no especificadas aún hoy.
Una teoría válida es la que planteó un grupo de seguidores
de los británicos: Waters no soportó a Gilmour y viceversa. Comparto
plenamente esa tesis. Dos personalidades tan complejas no pueden congeniar.
Waters dejó a Pink Floyd, Gilmour trató de guiar al grupo, con
toda su grandeza, el vacío dejado por Waters continua.
El ego del ser humano en ocasiones es tan grande que ninguna dimensión
lo puede medir. De eso dan fe muchos que ya no son.
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