LOS HUNOS

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Por: David Fernando Pulido Rey.

Especial para El Fortín.

El Imperio Romano mantenía sus fronteras más o menos intactas, pese a la presión cada vez mayor de los germanos y los persas. El reino ostrogodo había experimentado una notable expansión en los últimos años. Bajo el gobierno del rey Hermanarico, se había convertido en un imperio que dominaba extensos territorios desde el mar Negro hasta el mar Báltico. En realidad esta expansión supuso un debilitamiento para el reino, pues los ostrogodos no se mezclaron con los pueblos conquistados, sino que se dispersaron formando una oligarquía que dominaba a un campesiado eslavo sin ninguna tradición guerrera. Los eslavos, y también los baltos, fueron reducidos a la esclavitud. De hecho, los ostrogodos usaban la palabra "eslavo" con el sentido de "prisionero" o "esclavo", y éste es precisamente el origen de la palabra "esclavo". Los ostrogodos dominaron también a algunos pueblos germánicos, como los hérulos y los gépidos.

El Imperio Gupta florecía bajo Samudragupta. Dominaba un extenso territorio al norte de la India. La parte sur nunca pudo ser sometida. Estaba dividida en pequeños reinos florecientes gracias al comercio con Persia, con Arabia, con el Imperio Romano y con otros territorios más atrasados culturalmente.

El Imperio Chino estaba amedrentado por el reino Wei fundado al norte de su territorio. Las migraciones de pueblos asiáticos terminaron por expulsar a los hunos, que iniciaron una marcha hacia el oeste. El Himalaya protegió a la India y los condujo hacia el noroeste.

Volviendo al Imperio Romano, la libertad religiosa concedida por Juliano había permitido que los católicos ganaran poder en la parte oriental del Imperio. Los arrianos lograron el apoyo de Valente. Atanasio fue nuevamente desterrado, aunque fue restituido en su cargo un tiempo después. En 365 se produjo un levantamiento católico encabezado por Procopio, que no dudó en pedir ayuda a los visigodos. Los visigodos eran paganos en su mayoría, y los pocos cristianos que había entre ellos eran arrianos, pero la idea apoyar a católicos traidores que les ayudaran a conseguir un buen botín les pareció prometedora, así que aceptaron. Sin embargo, Valente era un buen general y no tuvo dificultad en sofocar la revuelta en 366. Procopio resultó muerto, pero la guerra contra los visigodos continuó, al mismo tiempo que Valente luchaba contra los persas por el dominio de Armenia.

Ese mismo año murió Liberio (curiosamente, el primer obispo de Roma que no ha sido reconocido como santo), y una vez más facciones opuestas de cristianos eligieron sendos obispos. Uno se llamaba Dámaso y el otro Ursino. Sin embargo, Dámaso logró el apoyo de Valentiniano y Ursino fue desterrado.

Poco después de que Juliano dejara la Galia, los alamanes habían cruzado el Rin, pero Valentiniano no tardó en expulsarlos del territorio romano e incluso realizó varias incursiones en territorio germano. En 367 nombró Augusto a su hijo de nueve años Flavio Graciano. Esto significaba que oficialmente Graciano era emperador como su padre. En la práctica era una forma de designar un heredero pretendidamente más firme que la usual, consistente en conferirle el título de César. Valentiniano envió a Britania a su mejor general, Flavio Teodosio, donde derrotó a los pictos, reorganizó las tropas romanas y volvió triunfante a Londres. En 368 repelió una incursión en la isla por parte de los sajones, un pueblo germano que ocupaba parte de la actual Dinamarca.

En 369 los visigodos fueron derrotados definitivamente por Valente y firmaron un tratado de paz. Valentiniano envió a Teodosio a la frontera del Rin, donde siguió prestando brillantes servicios.

En 370 fue elegido obispo de Cesarea Basilio. Había sido amigo de Juliano antes de que fuera nombrado emperador. Luego había vendido sus bienes y se había retirado a un convento, no sin antes visitar numerosas comunidades de eremitas de oriente. Desde su cargo de obispo combatió firmemente al arrianismo, entrando en una peligrosa pugna con el emperador Valente. Escribió numerosas obras en las que sentó las bases de la vida monacal.

En Hispania empezó a predicar un eclesiástico llamado Prisciliano, que no tardó en atraerse a las clases populares, especialmente a las mujeres. Prisciliano se oponía a la politización de la Iglesia y a la corrupción que ésta traía consigo. Instaba a la pobreza y al alejamiento del mundo, y proclamaba la igualdad entre el hombre y la mujer. A medida que fue haciéndose popular, se ganó la enemistad de las autoridades eclesiásticas de Hispania.

En 372 un jefe bereber conocido como Firmus encabezó una revuelta en África que pronto contó con la adhesión de los donatistas. En 373 Valentiniano envió a Teodosio, que inició una sangrienta represión. Por esta época dejó Italia un joven llamado Jerónimo. Procedía de una rica familia cristiana de Dalmacia, y había estudiado en Roma, donde reunió una buena biblioteca de autores clásicos. Ahora había decidido marchar a oriente atraído por la vida ascética. Se instaló en el desierto de Calcis, en Asia Menor, donde se dedicó a estudiar el Hebreo para ser capaz de leer los textos bíblicos. Se impuso severas penitencias para obligarse a renunciar a la literatura pagana. También fue el año de la muerte de Atanasio, el patriarca de Alejandría.

En 374 murió Auxencio, el obispo de Milán, y se produjo un conflicto entre los partidarios de un obispo arriano y los partidarios de uno católico. Un catecúmeno llamado Ambrosio defendió tan ardientemente el catolicismo que él mismo fue aclamado como obispo, si bien ni siquiera era sacerdote. Fue bautizado, ordenado sacerdote y consagrado como obispo en el plazo de ocho días. Luego continuó sus estudios: aprendió griego y se interesó por las humanidades.

Mientras tanto los hunos llegaban a las fronteras del Imperio Ostrogodo. En su migración habían derrotado a numerosos pueblos, muchos de los cuales se habían visto obligados a unirse a ellos, como los vándalos y los alanos. Un grupo de sármatas huyó hacia adelante, atravesó el Imperio Ostrogodo y trató de traspasar igualmente las fronteras romanas, pero fueron derrotados por Flavio Teodosio, hijo y tocayo del general de Valentiniano, que recibió el cargo de duque de Mesia. Mientras tanto su padre estaba acabando de sofocar la rebelión de Firmus en África. En 375 el caudillo ya no contaba con ningún apoyo y terminó ahorcándose.

Este año fueron muchos los gobernantes que murieron por uno u otro motivo. Uno de ellos fue el rey indio Samudragupta, que fue sucedido por su primogénito Ramagupta, si bien no tardó en ser asesinado por su hermano Chandragupta II. Bajo su reinado el Imperio Gupta llegó a su apogeo.

También murió Hermanarico, el rey ostrogodo, que se suicidó al ver cómo los hunos se apoderaban de su Imperio. Los hunos ocupaban ahora un vasto territorio, pero no puede hablarse de un Imperio, pues carecían de cualquier clase de organización. Eran nómadas que viajaban desde siempre con sus rebaños siguiendo los pastos y, ahora, saqueando cuanto encontraban a su paso y derrotando a cualquier ejército que se les opusiera.

En el curso de unas negociaciones con los cuados, Valentiniano se exasperó y, al parecer, sufrió un ataque al corazón que le causó la muerte. Los soldados eligieron emperador a su hijo y tocayo Flavio Valentiniano (Valentiniano II), con la peculiaridad de que sólo contaba con cuatro años de edad. En vista de ello, Graciano, que era el heredero designado por el difunto Valentiniano, decidió compartir el gobierno con su hermanastro, que gobernó tutelado por su madre, Justina. En la práctica, Graciano fue el único emperador de Occidente.

El anciano rey persa Sapor II, en cambio, todavía resistía. Logró finalmente la sumisión de Armenia, pero a costa de tolerar el cristianismo.

En 376 Graciano ordenó la ejecución de Teodosio. No se conocen los motivos exactos, pero al parecer el viejo general fue víctima de una confabulación por parte de ciertos funcionarios corruptos que temían ser descubiertos, y lanzaron sobre él falsas acusaciones. Poco después su hijo Teodosio decidió retirarse a Hispania (su tierra de nacimiento, donde se casó y no tardó en tener dos hijos).

Entre tanto, los visigodos cruzaron el Danubio aterrorizados por los hunos, pero cuando los romanos se presentaron no opusieron resistencia, sino que suplicaron protección. Las condiciones romanas fueron que los visigodos tenían que entregar todas sus armas, y que sus mujeres serían transportadas a Asia como rehenes. A cambio se les dejó asentarse en Mesia y así, varios cientos de miles de visigodos penetraron en el Imperio al tiempo que los hunos llegaban al Danubio.

Los ciudadanos romanos que entraron en contacto con los visigodos humillaron cuanto pudieron a los refugiados. Les hicieron sentir que eran unos cobardes y débiles que se habían salvado por la caridad romana. Les vendieron alimentos a precios abusivos y trataron de explotarlos cuanto pudieron. Finalmente los visigodos lograron hacerse con armas y se rebelaron. Rápidamente pactaron con los hunos, que estuvieron encantados de acoger a los visigodos si éstos les ayudaban a invadir el Imperio Romano.

Ajenos a esta amenaza, los cristianos de occidente seguían en sus luchas contra las diversas herejías. Dámaso, el obispo de Roma, condenó a los macedonianos y a los apolinaristas. Éstos últimos eran seguidores de Apolinar, obispo de Laodicea, en Asia Menor, que negaba la naturaleza humana de Jesucristo. En 378 el reino sabeo recuperó su independencia frente a Abisinia.

Valente firmó una paz desfavorable con los persas y marchó al Danubio a enfrentarse con los godos. Graciano avanzó apresuradamente hacia el este para unirse a él, pero Valente no consideró necesario esperar y presentó batalla a los visigodos cerca de Adrianópolis, en Tracia. El jefe visigodo se llamaba Fritigerno. En el momento en que los romanos se acercaron la caballería goda estaba lejos, en busca de forraje. Fritigerno sabía que no podía enfrentarse a los legionarios romanos con sus tropas de infantería, así que se rindió. Valente impuso severas condiciones, Fritigerno las aceptó, pero planteó algunas objeciones menores y arguyó incansablemente sobre ellas. Los soldados romanos permanecieron de pie durante varias horas, mientras sus generales parlamentaban. Finalmente, algunos soldados iniciaron la lucha sin esperar órdenes, pero poco después llegó la caballería gótica que Fritigerno había enviado a buscar. Con ella iban también jinetes hunos. Los soldados romanos estaban cansados y no pudieron ofrecer mucha resistencia a la caballería. Al tratar de alejarse se desorganizaron y fueron aniquilados sin dificultad por los godos. El propio Valente murió en el combate.

Los hunos eran asiáticos, de corta estatura, y montaban caballos también asiáticos, también pequeños. Podría parecer que no tenían nada que hacer frente a los robustos germanos, y mucho menos contra los eficientes romanos, pero no era así. Una de sus principales ventajas era que, desde hacía siglos, usaban estribos, los cuales conferían a sus guerreros una estabilidad de la que carecían los jinetes germanos, e incluso los romanos. Un jinete romano podía perder el equilibrio y caer al tratar de esquivar una lanza o una espada esgrimida por un soldado de infantería, por lo que los romanos sólo usaban la caballería como refuerzo, mientras que el grueso del combate descansaba en los soldados de a pie. La caballería sólo era eficiente cuando la infantería había desorganizado suficientemente al enemigo, pues un ataque bien organizado de la infantería sobre la caballería daría inevitablemente la victoria a la primera. Los germanos trataban de imitar la técnica romana lo mejor que podían, pero la disciplina romana era infinitamente superior, y ello era decisivo casi siempre. Por el contrario, los hunos luchaban todos a caballo, y su capacidad de maniobra era tal que la infantería no tenía nada que hacer contra ellos.

La batalla de Adrianópolis supuso el fin de la superioridad militar romana. Los godos habían vencido gracias a una estratagema, pero no tardaron en aprender las técnicas ecuestres de los hunos, con lo que la infantería perdió todo su valor estratégico. Durante los próximos mil años la caballería sería el núcleo de los ejércitos, y sólo con la invención de la pólvora la infantería recuperaría su importancia. Naturalmente, los romanos también terminaron adaptándose a las circunstancias, pero ahora sus mil años de experiencia militar carecían de valor y sus fuerzas eran iguales a las de sus enemigos. De momento todavía contaban con una ventaja, y era la desorganización de los bárbaros, pero esta ventaja no iba a durar mucho.

Ahora Graciano era en la práctica el único emperador romano, pues su hermanastro Valentiniano seguía siendo un niño de ocho años. Graciano por su parte sólo tenía dieciocho años, y no se sintió capaz de reemplazar a Valente, así que en 379 llamó a Teodosio, lo nombró emperador y le confió el gobierno del Imperio Romano de Oriente. Se estableció en Tesalónica, pero no trató de enfrentarse con los godos, que saqueaban a su antojo los territorios al sur del Danubio. En lugar de forzar un enfrentamiento directo, que podría haber sido desastroso, Teodosio trató de enemistar unas facciones con otras.

Tras la muerte de Sapor II el trono persa pasó a manos de su primo y cuñado Ardacher II, que persiguió cruentamente a los cristianos, a quienes ya había perseguido anteriormente cuando era gobernador de una provincia persa.

En 380 los ostrogodos que habían participado junto a los hunos en la batalla de adrianópolis se establecieron en Panonia. Ese mismo año murió san Frumencio, el obispo de Aksum que había evangelizado Abisinia.

En Hispania, varios obispos de la Bética y de Lusitania denunciaron a Prisciliano como hereje, y un concilio celebrado en Zaragoza condenó algunas de sus prácticas rituales, aunque no su doctrina. Pese a ello, sus partidarios lograron que fuera elegido obispo de Ávila.

En Irlanda subió al trono de Connacht uno de sus reyes más poderosos, llamado Niall el de los Nueve Rehenes, descendiente del rey Conn, fundador del reino. Dirigió muchas expediciones contra las costas de Britania e incluso tal vez de la Galia.


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