EL HOMBRE QUE NOS ENSEÑÓ A ESCUCHAR LOS COLORES Y A VER LOS SONIDOS
Por: Javier Barrero elidiomadelrock@dyna-radio.com
Por fin conocí el lado oscuro de la luna. No era como lo imaginaba. Era mejor. El pasado viernes 9 de marzo pasó a la historia como el día en que se presentó en Bogotá Rogers Waters, uno de los genios más grandes que ha dado la música. Este concierto lejos es el mejor que se ha hecho en nuestro país, por todo: logística, sonido, técnica y, por supuesto, el señor Waters demostrando con creces su magnitud.
Hace casi 20 años que leí “Viaje al Sonido”, la descripción más fiel del sonido creado por Pink Floyd. A través de las páginas, Jordi Sierra I Fabra, autor del libro, periodista español, el más importante a nivel musical en el mundo, detalla canción por canción a Floyd. En ese momento pensé que exageraba al decir que las canciones del grupo eran lo más cercano a la perfección.
Me equivoqué. Lo que escuché junto a 20 y tantos mil personajes simplemente fue IMPRESIONANTE. Eran las 6 y 20 de la tarde cuando de los parlantes salió la información de que Chucho Merchán, el gran músico colombiano que abriría la presentación del británico, no se presentaría. Una extraña sensación me invadió: por un lado no podría ver en vivo a este músico que ha formado parte de grandes bandas (Eurythmics, David Gilmour band, Caifanes, por citar sólo unas), por otra, se adelantaba el momento que había esperado por muchísimo tiempo: experimentar la grandeza musical de Roger Waters.
Como buen inglés, Waters empezó puntual a las 7 y 15 su actuación. Al fondo del escenario se veía una botella de whisky, un radio viejo y una avioneta. Los asistentes alucinamos al ver como en medio de ese fondo una mano encendía el radio y después prendía un cigarrillo. No recuerdo haber visto algo semejante por estos lados.
De inmediato los acordes de la guitarra, el bajo de Waters y la batería nos introdujo en el clásico incluido en el trabajo de 1979 “The Wall”, “In the Flesh”. El sueño dejó de serlo. Tenía a unos cuantos metros al artista que moldeó la forma de asumir la vida de muchos de nosotros. Para rematar el inicio (suena raro, pero es igualmente válido), continuó con “Mother”. Para ese momento reaccionamos.
Su lista de clásicos prosiguió con “Set the Control for the Heart of the Sun” del inigualable “Ummagumma”. Unas imágenes del fallecido Syd Barret acompañaron “Shine on Your Crazy Diamond” del “I Wish You Were Here”, luego “Have a Cigar” y “I Wish You Were Here”. Para variar de trabajo tocó “The Final Cut” y “The Fletcher Memorial Home”, del “Animals” sonó “Sheep”. Justo después Waters habló sobre su adolescencia, comentó sobre la experiencia que tuvo a los 17 años en Beirut, de ahí salió “Live in Beirut”, el único tema nuevo de la noche.
La banda tomó un merecido descanso. 20 minutos después empezó el segundo set que dedicaría por completo al “Dark Side of the Moon”. “Breathe”, “The Big Gig in the Sky”, “Money”, “Time”, “Us and Them”.
Excelente. Un cerdo rosado inflado gigante acabó por robarse el show, en su cuerpo aparecían frases como “El Patrón Bush visita el rancho de Colombia”, “No a la Guerra”, “Legalicen la Droga”. Soltaron el animal que poco a poco se fue perdiendo en el cielo.
El inglés se despidió nuevamente. No le creí. Al escenario subió un coro de niños bogotanos para recrear “Another Brick in the Wall”, siguió “Vera”, “Bring the Boys Back Home”, y “Confortably Numb”. Era demasiado. Esta vez si era cierto: el concierto se acabó. Antes presentó su banda y le deseó feliz cumpleaños al escritor Gabriel García Márquez. Sonó muy forzado.
2 horas y 45 minutos en los que comprobé que la felicidad existe. Asistí al concierto del hombre que me enseñó a ver los sonidos y a escuchar los colores. Tal como el tema de Pink Floyd “The Happiest days of our lives”, solo que era “El Día más Feliz de mi vida”.
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